jueves, 2 de abril de 2009

La jaula se ha vuelto pájaro.

Se perdonaron mutuamente. Y cuando no quedaron rencores ella pensó en explicarle lo que significaba el invierno. Quería contárselo pero sabía que él no entendería, es imposible obligar a leer a quien ve pero no quiere mirar. La verdad es que no importaba nada. Que mas daría que no conociese la apatía, que ella siguiese sentada escuchando como el tiempo se detenía mientras los demás hablaban de televisión, de camisetas cortadas y platos sucios como si realmente tuviésemos una vida a la que acudir. Él no tenía la culpa de su indiferencia al respecto de la muerte (Por qué esperarla en un bar, por qué esperarla en una casa, por qué esperarla. Porqué llegaba), de su falta de respeto ante sus reuniones, de su falta de energía para fingir sociedades. Todavía a veces quería explicárselo pero algo los hacía irremediablemente lejos y como el tiempo, ya no importaba. Cómo explicarle que vivir intensamente es malo, horriblemente malo, que si dos personas se ven de verdad no queda realidad que beberse y ni siquiera los recuerdos parecen haber sido vividos. Quizá no le quería o quizá nunca, pero seguían las ganas de morderle y luego la ausencia como algo palpable. Al final sólo le dijo que se merecían más, por eso ahora no tenía nada. Habían sido cura de vacío mutua, justificación exacta. Buscaban en otras partes. Y no importaba, aunque había sido tan bella la primavera.

En alguna parte había muerto un presidente.

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